Volquetas cargadas con trozos de adobes, concreto, residuos de construcción, aliviaban su peso en las laderas del centro occidente de Medellín. Los escombros caían sobre hondos agujeros en la montaña, sin advertir que allí se encontraban cuerpos inertes. Piedras gigantescas, que se estrellaban contra el fondo, se convirtieron en la sepultura de decenas de víctimas de la violencia en la ciudad a finales de los años 90 y en la primera década del nuevo milenio.
El sector de la Escombrera, considerado la fosa común clandestina más grande de América Latina, es el símbolo de los años más cruentos que ha vivido la Comuna 13. Allí llegaban los muertos producto de las confrontaciones entre guerrilla y paramilitares en la guerra urbana que se libró en ese sector de la urbe.
James Zuluaga Arango—32 años, trigueño, cabello engominado, con barba en el mentón— es líder social y defensor de derechos humanos en la Comuna 13 desde hace 15 años. Recibe la video llamada pactada desde aquel lugar. El escenario rural que lo circunda, y su sonrisa frente a la cámara, otorga indicios del contexto en el cual se da el encuentro virtual.
"Estamos convirtiendo un lugar que ha sido conocido como un sitio de miedo, desolación, terror; en un espacio de paz, esparcimiento, recreación”, dice mientras levanta el celular sobre sus hombros para que su interlocutor tenga un panorama más amplio del lugar. “Y hablo de La Escombrera”.
El Ecoparque Comuna 13 es el proyecto que ha ocupado a James en los últimos dos años, una empresa que lo apasiona y que ve como un medio de transformación social. “La gente viene con sus hijos y hacen sancochos, montan a caballo, se meten a los charcos, ven animalitos: cabras, chivos, ovejas. Vienen a divertirse”, describe mientras realiza con su cámara un recorrido por las instalaciones.
Dos piscinas naturales acompañan a una cabaña que se levanta sobre un extenso pastizal. Un bosque frondoso, de fondo, complementa el paisaje. Cuesta creer que ese ambiente rural, en el cual se enmarca el Ecoparque, se encuentre a tan solo pocos minutos del centro urbano: cientos de casas aglomeradas que retan a la gravedad y que escalan por la montaña occidental del Valle. “Las familias se encuentran en un sitio al cual antes les daba miedo venir, pero que ahora es el que más quieren visitar”, cuenta con orgullo de lo que ha logrado.
James es consciente del lugar en el que está ubicado el Ecoparque y que allí aún falta mucho por conocerse. A pesar de que el líder argumenta que el proyecto busca ser un centro de entretenimiento y de subsistencia para la comunidad, cambiando la carga simbólica del territorio, hay sectores de la ciudadanía que no ven con buenos ojos esta iniciativa. Algunas víctimas reclaman que la construcción del Ecoparque se realizó sin verificar que allí hubiera personas enterradas y desaparecidas por cuenta del conflicto armado.
La Jurisdicción Especial para la Paz y la Alcaldía de Medellín han realizado un acompañamiento al proyecto y el líder, junto a estas entidades, está dispuesto a que se aclare la verdad y se conozcan los hechos atroces que ocurrieron en ese sector de la ciudad.
James, que en la actualidad ocupa el cargo de director del Comité Nacional de Derechos Humanos, sabe del poder que tiene la cultura, el deporte y la recreación en los procesos de transformación social, pilares que han abanderado su liderazgo desde que encontró la vocación de servir a su comunidad.
“Yo inicio como líder social en el colegio con diferentes iniciativas: danza, porrismo, música”, recuerda. Iniciativas que no murieron en su graduación, pues pocos meses después, junto a varios amigos, fundó la Corporación Tejiendo Talento, un movimiento “enfocado en lo cultural, que era lo que sabíamos hacer los jóvenes”.
"Nadie se ha atrevido a hacer esta labor y la Comuna 13 es una de las comunas en las que más se vulneran los derechos humanos en la ciudad"
La violencia, que ha permeado por décadas a la Comuna 13 de Medellín, obligó al líder a realizarle un ajuste al proyecto: “Debido a la situación que seguía presentándose en la Comuna en cuanto a la vulneración de derechos humanos, le cambiamos el nombre a la corporación por Pazifistas, y nos dedicamos a ser una organización enfocada más a la defensa de derechos”.
A pesar de la modificación, James continuó considerando al deporte y la cultura como agentes transformadores. Hoy la Corporación Pazifistas, además de velar por la protección de la población, cuenta con una escuela de fútbol y un centro de formación integral para jóvenes, cuya “razón social es rescatar a los niños y niñas que están en las esquinas y enseñar valores para que ellos vean que hay otro propósito de vida diferente al consumo de drogas o el ingresar a un actor armado”, como lo dijo a través de su cuenta de Instagram en un video que invitaba a protestar tras el cierre, por más de cinco meses, de los escenarios deportivos y culturales debido a la pandemia por covid-19.
Los actores armados a los que se refiere son las bandas criminales o combos que ejercen autoridad en las comunas de Medellín desde hace más de tres décadas, hijos de aquellos años en los cuales el conflicto rural migró al contexto urbano. Zuluaga, abiertamente, ha liderado desde sus inicios un movimiento social que busca restarle fuerza y dominio a estas organizaciones, visibilizando los abusos a la población civil y denunciándolos ante las autoridades y entes de control.
—¿Por qué enfrentar a estos grupos armados?
—Nadie se ha atrevido a hacer esta labor y la Comuna 13 es una de las comunas en las que más se vulneran los derechos humanos en la ciudad—dice, a la vez que asiente—. Por esa razón es que decidí hacerlo.
James, como pocos, es capaz de señalar con el dedo. No titubea al momento de denunciar la corrupción de un edil, las irregularidades de algún agente de la Policía o los delitos que los combos cometen: desde desplazamientos intraurbanos, extorciones, intimidaciones, hasta la cooptación de menores de edad en sus filas. Con dominio de la situación, aunque con un leve nerviosismo producto de las cámaras, se le ve hablando en frente de micrófonos del país y el mundo.
Su valentía le ha traído reconocimientos a nivel nacional, como el premio Titanes Caracol en 2016, un galardón que reconoce la labor de líderes comunitarios en Colombia; pero, a su vez, lo ha puesto en la mira de los grupos armados.
“He sufrido desplazamientos, amenazas, atentados, me han matado familiares: el último fue un sobrino”, dice Zuluaga, a quien le ha tocado acostumbrarse a portar chalecos antibalas mientras realiza su gestión. “Y todo por estar visibilizando los actos de corrupción y la violencia generalizada que ocurre en la Comuna 13.”
Para denunciar el crimen como lo hace James y muchos líderes de barrios periféricos de la ciudad, en donde la presencia del Estado es casi nula, es necesario tener valor. Pero convivir con las bandas en el día a día, al mismo tiempo que se señalan, es una proeza.
Su familia ha tenido que pagar las consecuencias que, en un país como Colombia, conlleva ser la voz de las víctimas del conflicto urbano. Además de su sobrino y un hermano, su mamá también ha sido un blanco para los delincuentes: en varias ocasiones se ha visto sorprendida por atentados que le han hecho en su casa ubicada en el barrio El Salado. Una bala, correspondiente a un arma de calibre nueve milímetros, irrumpió en el sueño de Teresa Arango una noche de noviembre de 2018. “Tuve mucho miedo, pensé que si despertaba a mis hijos o prendía la luz de pronto seguían dando bala”, dijo en ese entonces para Noticias Caracol. El orificio que generó el proyectil en las tablas junto a su cama aún permanece en la vivienda.
—¿Esa violencia contra ti y los tuyos te desanima? —le pregunto.
—Sí me desanima, pero también me da valor—dice categórico—. Mucho más valor cuando voy a una casa y me dicen: yo te sigo, oro por ti, no dejes de hacer lo que estás haciendo; cuando nos encontramos con familias llorando porque les ocurrieron algunos hechos y la única persona en quien confían para una solución es en mí.
James se niega a usar el “tapabocas” de la complicidad y, durante los primeros meses de la pandemia, continuó denunciando la precariedad en la cual viven muchos de sus vecinos
Zuluaga es consciente de la realidad que hoy viven los líderes sociales en el país. Según un informe publicado por la Sociedad Colombiana de Juristas, con el apoyo de distintas organizaciones sociales, en Colombia, desde el 1 de enero hasta el 31 de julio de 2020, 184 líderes, lideras y personas defensoras fueron asesinadas. “En este momento lo que están generando es terror para que la gente no siga haciendo su labor”, dice, además de manifestar que cuenta con ciertos indicios de quiénes son, de alguna u otra forma, los responsables: “El mensaje es claro, estamos en un Estado narco - político que lo único que quiere es callarnos”.
James se niega a usar el “tapabocas” de la complicidad y, durante los primeros meses de la pandemia, continuó denunciando la precariedad en la cual viven muchos de sus vecinos. La población de los barrios periféricos de Medellín es una de las más afectadas a causa del aislamiento instaurado por las autoridades, cuya finalidad era detener el avance de la covid-19.
La economía, durante marzo y junio, se detuvo y muchas de estas personas, que en su mayoría viven del trabajo informal, no encontraron la manera de llevar alimento a sus hogares. James y varios amigos suyos se dieron en la tarea de entregar kits alimenticios con el “equipo naranja” de la Corporación Pazifistas. Además, el Ecoparque Comuna 13, bajo su liderazgo, se convirtió en la salvación de muchos durante la pandemia. Un espacio que, más allá del esparcimiento de la población, es utilizado en proyectos agrícolas y productivos.
“Gallinas, marranos, pescados…”, enumera los animales que tiene la granja autosostenible del Ecoparque. El proyecto consiste en que cada núcleo familiar recibe cierta cantidad de animales y su producción se destina en beneficio de la comunidad. “Por ejemplo —explica en un video informativo de la Corporación—, a una familia le entrego sesenta gallinas ponedoras, se vende los huevos que pongan y la mitad va para ellos y la otra mitad para el sostenimiento de la granja”. Una iniciativa que, sobre todo en los meses del confinamiento, alivió el hambre y los bolsillos de muchas personas en la Comuna 13.
“La situación está muy difícil y va a tornar más difícil aún —comenta preocupado—. Sin pandemia teníamos a mucha gente con hambruna, en necesidad, con falta de estudio; ahora va a ser más duro: habrá más jóvenes en los grupos armados, más jóvenes en las drogas.”
Sin importar las adversidades, rendirse no es una opción para James. “Hay personas que tenemos que resistir para poder generar un cambio social”, cambio que hoy busca en La Escombrera y que sueña lograr en toda su comuna. Tarea que no es fácil y que lo obliga a hablar en voz alta y sin vacilar, pero que no debe confundirse, bajo ningún motivo, con la búsqueda de protagonismo o de subversión, pues, como él mismo se describe en su cuenta de Twitter, su meta es otra: No soy un revoltoso, solo lucho por los derechos humanos. “Solo”, como si fuera poco.
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