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  • Foto del escritorCuarentena criminal

De criminales a los Robin Hood del barrio

Actualizado: 7 mar 2021

“Hemos crecido con ellos; son muchachos con los que crecimos jugando”, afirman dos habitantes del 20 de Julio, barrio de la Comuna 13, mientras asienten con tono nostálgico.

Las risas, partidos de fútbol en la cancha del barrio y otros juegos de la infancia adornan los recuerdos. “Los conocemos desde pequeños”, es la respuesta común cuando se pregunta a los habitantes de sectores de la ciudad, marcados por los combos, por los jóvenes que hoy pertenecen a las bandas criminales.

Amor y odio es el resultado de una compleja relación que se ha prolongado en el tiempo en los territorios donde día a día se recrudece la violencia y en los cuales prima el sentido de pertenencia y lazos sociales tan fuertes que parecen ser inquebrantables.

El rechazo social al crimen organizado parece no estar tan claro en las comunas y se disuelve al cruzar las fronteras invisibles, esos límites entre barrios que los combos establecen.


El círculo virtuoso del crimen se entiende no solo como la instauración de una nueva ética, sino como un fenómeno social, que legitima el poder de los ilegales y protege a los integrantes de los combos

Como afirma Ólmer Muñoz, docente universitario y experto en seguridad, “las bandas tienen una capacidad no solo de controlar el territorio sino de generar impacto en la población. Esto significa que han logrado mimetizarse dentro de los barrios de una manera muy astuta: aunque no le resuelven el problema social a nadie, ellos tratan de generar un círculo virtuoso”.

El círculo virtuoso del crimen, presente históricamente desde los 80 en los barrios de Medellín, se entiende no solo como la instauración de una nueva ética, sino como un fenómeno social, donde en los territorios se legitima el poder de los ilegales y se protege a los integrantes de combos, haciendo cada vez más complejo entender el actuar de las bandas y el poder que han conseguido.

“Todos saben que ellos extorsionan a los conductores de los buses, a los comerciantes, que cobran por algún tipo de favor en el barrio, pero nadie se arriesga a denunciarlos porque ellos son parte del barrio”, enfatizó el profesor Muñoz.


En otras ciudades del mundo, donde el crimen juvenil tiene una representación considerable dentro del mundo ilegal, el fenómeno se explica por la interacción simultánea de valores de conformidad con valores delictivos, como lo explica Salomon Korbin, criminalista y especialista en sociología de la delincuencia juvenil en The conflict of values in delinquency areas, en la American Sociological Review.


Korbin explica que, cuando la criminalidad predomina en un área, se crean un tipo de valores y formas institucionalizadas alrededor de la misma, por lo que es común encontrar que dentro de los grupos sociales se aceptan tanto las normas y valores criminales, como los convencionales.

Pero esta nueva ética del oportunismo, donde el fin sí justifica los medios, no se queda únicamente en las dinámicas del barrio, sino que se convierten en los principales incentivos para ingresar al mundo criminal.


“Les aseguro que el 80 % de los jóvenes que están en los combos no se están muriendo de hambre como comúnmente se cree. Por lo general, ellos son hijos de personas que trabajan y reciben una renta. Esto significa que el fenómeno no se explica porque sean pobres y no tengan qué comer. Eso se decía en los 90’s, pero hoy no es cierto. La excusa para estar en las bandas implica dos factores: riqueza ilegal y poder social”, explica Olmer.


Estatus social es la meta e ideal que prima en la mente de los jóvenes que entran a hacer parte de los combos en diferentes comunas de la ciudad, en búsqueda de reconocimiento y poder, sin importar si es legal o ilegal.


Los grupos delincuenciales realizan actividades ilícitas por interés y por honor y sus listas están conformadas por jóvenes, que en la mayoría de los casos no alcanzan la mayoría de edad ya que, ante el derecho penal, son inimputables.


“Los campaneros por lo general son pelaitos de once, doce o trece años, a ellos quincenalmente le pueden dar 100.000 pesos. Eso, para un niño de trece años, llevar cien mil pesos a la casa de la nada, es una renta que ellos no ven como malo. Eso es el “círculo virtuoso de la criminalidad”, y es tratar de generar una atención positiva de la población que están afectando. ¿Qué es una atención positiva? Es que ellos los vean como personas que, en última instancia, ayudan a la comunidad”, explicó Olmer.


Escondidos en las calles de sus territorios se hacen pasar por defensores de los pobres y oprimidos, para ganar su aceptación y favorabilidad

La criminalidad ha hecho su propia adaptación del arquetipo de héroe y ha lanzado a la calle auténticos Robin Hood, que no usan capa, pero sí se enmascaran de justicieros. La espada y el arco han cambiado por una pistola y, sin embargo, cumplen el mismo rol.

Personajes ilegales que, por conveniencia y reconocimiento social, se “visten”, se “disfrazan” de héroes pero que siguen su vida y actividad fuera de la ley. Escondidos en las calles de sus territorios se hacen pasar por defensores de los pobres y oprimidos, para ganar su aceptación y favorabilidad. Esto fue lo que pasó en la pandemia, porque quienes se encargan de las extorsiones, vacunas y rentas ilegales promovieron el uso de trapos rojo y entregaron ayudas, como indicaron algunos habitantes de la Comuna 13 - San Javier.

“El trapo rojo fue en las partes altas de la Comuna, cerca a las escaleras eléctricas, por la parte de El Salado. Eso depende mucho del sector, pero los muchachos de El Salado pasaban por las casas buscando quiénes necesitaban ayuda y estuvieron pendientes de las personas”, indicó un habitante de la Comuna 13.


“Hay barrios en los que decidieron no cobrar. Hay otros, en los que, antes, los actores armados ilegales se pusieron la mano en el corazón. Ellos mismos iban, pedían ayudas en diferentes lugares y recolectaban mercados para dárselos a las personas”, concluyó el líder social, James Zuluaga.

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